Nunca me hubiese imaginado que llegaría el lunes a mi consulta y mis herramientas de trabajo fuesen el teléfono, un ordenador, papel, boli y un desinfectante de superficies.
Afortunadamente conozco a mis pacientes y el cambio en su tono de voz y en la cadencia de su respiración me ayudan a intentar telediagnosticarles. Aún así, me llevo a casa al terminar la consulta la incertidumbre, el miedo, la rabia, la impotencia, el desánimo.
No me voy a quejar de lo extremadamente saturados que estamos. Ya me he resignado. He decidido abandonar mi estado de hater y buscar algo positivo de ésta anormalidad:
Somos la primera voz de buenos días que escuchan durante catorce días nuestros pacientes confinados, y tenemos el placer de decirles: está todo bien, te doy el alta, ya puedes salir a la calle.
Hemos adquirido nuevas habilidades diagnosticas: exploración auditiva por el tono de voz, tipos de tos, diagnostico de depresión en función de los silencios, reconstrucción visual de lesiones de piel…
Batimos el record en formulación de preguntas de síntomas al paciente por segundo.
Hemos superado a la velocidad de la luz en tramitar bajas, recetas electrónicas, analíticas, interconsultas, informes y certificados de muy diversa índole y más que dudosa justificación.
También hemos adquirido la nueva habilidad de cambio de vestuario en situaciones complicadas y en el menor tiempo posible, con lo cual, y es de agradecer, ya podemos presentarnos al casting de algún musical.
Me considero y, creo que hablo en nombre de muchos de vosotros, perfectamente formada en dos nuevas categorías profesionales: secretaria de especialista hospitalario y auxiliar de detective de rastreador saturado.
Abandonando un poco el sarcasmo, una esperanza que me ayuda a madrugar cada día para afrontar de nuevo ésta pesadilla de pandemia, es lograr mi sueño de «cortar el cordón umbilical» con nuestros pacientes y convertirlos en personas autónomas, que no tengan que acudir cada tres meses a pesarse y tomarse la tensión sin saber siquiera cuáles son los valores normales, que la tension descompensada no existe y que la leche sin azucar también tiene hidratos de carbono. Ya va siendo hora de que les enseñemos a pescar en vez de prepararles una lubina al horno.
Y para terminar me quedo con lo más gratificante: los muchos momentos límite de cada día con mis compañeros en los que hemos tenido que sacar todas nuestras armas para poder hacer nuestro trabajo y no morir en el intento. Por vosotros seguiré madrugando cada día.
Susana